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julio 22, 2021

Práctica jurídica

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La profesión de abogado es una de las más duras del mundo. Lejos queda la imagen idealizada que a veces nos muestra el cine, en la que se suele presentar al abogado corporativo, triunfador y tremendamente rico. Nada más lejos de la verdad. La realidad diaria de la mayoría de los abogados dista mucho de este cliché cinematográfico, acercándose más a la imagen del típico abogado de oficio que tiene que luchar, con uñas y dientes, por conseguir y mantener sus propios clientes y llegar con beneficios a final de mes. Las normas de acceso a la profesión son, además, una auténtica carrera llena de trampas que acaba por destrozar los nervios a más de un alumno acostumbrado a superar barreras.

Cada país, por supuesto, establece sus normas de acceso a la abogacía, pero es prácticamente unánime, en casi todos los países de corte occidental, no permitir que los licenciados en Derecho ingresen directamente a la corporación que regula la profesión (Colegio de Abogados o similar). Y ahí es donde está el problema. Formarse como abogado dista tanto de la formación general como jurista recibida en la facultad que, algunos jóvenes, tienen que reiniciar sus estudios prácticamente desde cero. Para esto existen las Escuelas de Práctica Jurídica, que vienen a ser, más o menos, lo que era la figura de la antigua Pasantía, sólo que con algunas diferencias notables.

El antiguo pasante venía a ser equivalente a un aprendiz de un oficio como cualquier otro. Empezaba subiendo cafés y haciendo fotocopias, continuaba cogiendo pequeños casos de su maestro y acababa, con el paso de los años, por independizarse y abrir su propio despacho. Entre el primer día de trabajo y el primer sueldo a veces mediaban varios años, por supuesto sin ningún tipo de régimen de protección social.
Hoy en día, en países donde los derechos de los trabajadores todavía significan algo, la pasantía se ha regulado ampliamente y se ha equiparado a empleos con contratos de formación. Con esto se consigue, por una parte, sacar al abogado joven y novato de la precariedad, pero por otra, reducir mucho la bolsa de trabajo a la que pueden acceder los recién licenciados.

En este punto es cuando adquieren relevancia las escuelas de práctica jurídica, porque ofrecen al recién licenciado una oportunidad de encaminar su formación a la práctica real de la profesión aún cuando no es capaz de encontrar trabajo, habilitándole, además, en la mayoría de los casos, con un título equivalente a un postgrado y permitiéndole al acceso al turno de oficio, o lo que es lo mismo, haciendo posible que de sus primeros pasos profesionales de forma libre e independiente.

Las modalidades de prácticas que ofrecen estas escuelas son muy amplias, pero, generalmente, incluyen diversos módulos que introducen la práctica de los procedimientos jurisdiccionales más habituales que existen dentro de las diferentes ramas del derecho, ya sean civiles, penales, laborales o contencioso-administrativos. También trabajan mucho el aspecto oral de la profesión y la simulación de juicios, intentando incluir en estas prácticas todas las incidencias que pueden aparecer durante el ejercicio real de la profesión, ya sea en la actuación en sala, en negociaciones con las partes o en el trato con los clientes.

Es, por tanto, la inscripción en una Escuela de Práctica Jurídica, una opción perfectamente válida para el recién licenciado en Derecho que no ha sido capaz aún de encontrar una oportunidad laboral, que no se ve capacitado para llevar a la práctica sus conocimientos teóricos o que simplemente quiere empezar a volar por su cuenta. Con el añadido de que te permite colgar otro bonito título en la pared de tu despacho.

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